lunes, 6 de septiembre de 2010

Mi apoyo incondicional a Blas y Enrique

Hay veces que uno piensa que se ha equivocado. Que duda de que los firmes cimientos que piensa que sustentan la democracia vayan a sostener sus dubitativos pasos. Momentos en los que el camino de baldosas amarillas que conducen a la libertad, la igualdad y la lucha por un mundo mejor se encuentra embarrado, salpicado con manchas de traición, rencor, ira y egoismo, y aparcelado en unidades indivisibles sobre las que algunos pretenden edificar su hegemonía, ya sea sobre la espalda de otro, su esfuerzo o su sacrificio.

Es en esos momentos de incomprensión, de angustiosa duda, cuando tu yelmo se resquebraja, tu escudo se vence y tu lanza está a punto de caer al suelo, cuando encuentras, en personas que te acompañan en el camino, la motivación para seguir luchando, para evitar que una vez más ganen "los malos", que la ambición prevalezca sobre la ilusión, y el interés individual sobre el general.

Es en ese momento cuando encuentras personas como Enrique o Blas, tanto monta.

Personas honradas, luchadoras, sacrificadas y ejemplarizantes que han inmolado parte de sus vidas, el resto a partir de ahora, en luchar por sus ideales, en participar por un mundo mejor, en creer que otra realidad es posible y que para este barco que ahora navega a la deriva avance es necesario remar con fuerza, aunque sus manos se encallen.

Son ante todo personas, con el margen de error que ello conlleva, con la capacidad innata de equivocarse que como humanos nos persigue a todos, pero con la humildad y la honradez por bandera. Personas que un día decidieron dedicar sus vidas a los demás, al bello trabajo de creer y crear la democracia, a la abnegada construcción de una ciudad en cuyo futuro creen.

Son personas que ahora se encuentran salpicadas por el estigma de quienes sin escrúpulos consideran que la ambición política está por encima del individuo, como ente social, y sus sentimientos; de quienes devoran la presa con dedos acusadores para satisfacer su apetito antropofágico, de quienes han perdido el respeto al ser humano.

Todos saben que son inocentes. Que su único delito real es defender los derechos de los placentinos, pero siguen tirando de la soga que les ahorca porque en el otro cabo creen que encontrarán el poder que pretenden y que tan sólo sirve a sus intereses particulares.

No quiero héroes inmaculados ni dioses en el olimpo que sean incapaces de comprender mis defectos, quiero personas con capacidad de errar y capacidad de sentir, porque sabrán qué es lo que necesito.

martes, 26 de enero de 2010

En respuesta a las múltiples acusaciones de la sociedad zoológica


Antes de nada me gustaría pedir disculpas a la familia de Manolete, a Bambi y a los afectados por la gripe A y el terremoto de Haití, que serán las próximas desgracias de las que me acuse Antonio Castellanos, quien a falta de doble personalidad se atribuye un total de 70, todas ellas convenientemente afiliadas a la Sociedad Zoo-ilógica placentina.

No puedo sino sentirme culpable, a la vista de sus notas de prensa, no sólo del calentamiento global, sino del fracaso de la aventura espacial y de que Madrid no sea sede olímpica.

Quiero disculparme por destrozar tantas parejas, que jamás consumarán su amor, por no poder disfrutar del melódico canto del ruiseñor común, en sus bucólicos paseos por la isla.

Quiero pedir perdón a los fotógrafos que han tenido que emigrar porque sus objetivos no pueden captar el pomposo baile del mirlo acuático y a ese pobre niño al que han devorado los mosquitos a falta de aves insectívoras en la ribera del Jerte.

Entono un mea culpa por no haber usado adobe en la bioconstrucción de la torre Eiffel placentina y por no usar placas generadoras de electricidad bajo el asfalto del Golden Gate del Jerte.

Quiero excusarme por pensar que ISO 14001 era el robot de la guerra de las galaxias y por no instalar energía solar en los 15.000 semáforos que hemos puesto en funcionamiento durante esta legislatura.

Me siento culpable también por no lavar mi ropa con energías limpias, que lavan más blanco, y por utilizar queroseno en la recién estrenada flota de vehículos municipales, cuando era más fácil, como todo en el ayuntamiento, que funcionaran por enchufe.

Ante tal cúmulo de despropósitos no me queda sino presentar mi valorización y dormir para siempre en la papelera de reciclaje.

Firmado

Damien Thorn

(Protagonista de la profecía)

miércoles, 20 de enero de 2010

Del salón de plenos al pleno de salón


El toreo de salón es aquel que se practica sin toro. En el que el diestro muestra sus mejores lances sin riesgo alguno, ante la única presencia de un carreto, un ayudante o simplemente el aire.

El salón de plenos es la representación máxima de la democracia. Es el lugar en el que la principal institución democrática, el pleno, ya sea municipal, provincial, regional o nacional, se reúne para debatir los puntos de relevante interés para la ciudad y tomar las decisiones oportunas que afectan a sus representados.

Sin embargo parece que algunos se empeñan, en ocasiones, en cambiar el orden de las palabras, y así, el sentido de la institución, y en lugar de acudir al salón de plenos se dedican a realizar plenos de salón, es decir, políticas sin riesgo ni compromiso, de recortes y lujos personales, enfocadas tan solo a agradar al personal.

Para esta falta de respeto democrático basta servirse de un argumento populista y buscar que la opinión pública entre al quite, sin peligro alguno. No se asumen riesgos, ante una afición entregada, que lo único que ve es el lance sin imaginarse al novillero ante un morlaco real.

Esta ha sido la última propuesta de la oposición y la socia de gobierno en el ayuntamiento de Plasencia. Una serie de recortes y pases, adornados con mentiras y tergiversaciones, efectivistas pero sin riesgo, dirigidos tan solo a enardecer el ánimo de sus acólitos, con paseillo final a hombros de la irreverencia y la ausencia de respeto hacia el pueblo al que representan.

El pueblo necesita valientes. Personas dispuestas a enfrentarse a un problema real y que aporten soluciones, y no puristas de salón, con políticas ficticias, que busquen sólo el aplauso del respetable.