lunes, 15 de agosto de 2011

Papas y papillas

Yo no elegí bautizarme. Lo hicieron mis padres considerando que era lo mejor para salvar mi alma en caso de que algo malo me sucediera y, asegurarme así, según ellos en aquel momento, una educación basada en la fe y los valores cristianos. No se lo reprocho ni critico. Simplemente hicieron lo que por conciencia, costumbre y gusto personal consideraron lo más acertado. Incluso se lo agradezco en cierto modo porque empaticé con muchos de aquellos valores, como la bondad, la solidaridad, la generosidad o el respeto, aunque posteriormente descubriera que nada tenían que ver con un Dios sino con las personas en sí.

También me dieron de comer papillas, me vistieron con pololos y gorritos de lana y me protegieron de los escozores en mis partes íntimas con polvos de talco. También consideraron que era lo más oportuno para protegerme y cuidarme.

Hoy ya no uso pololos, ni gorritos de lana, ni como papillas, ni se me irritan las partes íntimas, y cuándo lo hacen, porque alguien me las toque, de poco sirven los polvos de talco. Tampoco uso ya la religión. Hace tiempo que me di cuenta de que no necesitaba un Dios para defender o justificar mis valores.

La diferencia es que los fabricantes de pololos, gorritos de lana, papillas y polvos talco ya no me cuentan entre sus usuarios, ni me bombardean para que los siga usando. Respetan mi derecho a cambiar mi forma de vestir, mis hábitos alimenticios y a que me restriegue por las pelotas lo que desee.

No tuve que escribir a nadie para que me sacaran de las estadísticas entre los comedores de potitos o los usuarios de pañales, ni tengo que marcar con ninguna x en mi declaración a cuál de estas empresas quiero financiar con mis impuestos y, aunque en España haya 4 millones de comedores de papillas no me gasto 50 millones del erario público en recibir a sus fabricantes.

Respeto la religión y a sus fieles, pero quiero que también se respete mi derecho a no mostrarle devoción y decidir qué financio con mis impuestos y en qué registros quiero o no figurar.

lunes, 1 de agosto de 2011

Escondidos tras el crucifijo


Lamentablemente, este año, el festival de teatro de Mérida no ha saltado a la opinión pública por la calidad de sus obras, su puesta en escena, o alguna interpretación brillante. Ni siquiera porque alguna famosa cantante de ópera se haya hundido entre sus gradas. No. Este año ha llenado las portadas, y ha centrado la atención, de todos los medios nacionales e internacionales, por algo completamente ajeno al mundo del espectáculo, aunque la fina línea que separa espectáculo y realidad sea cada vez más exigua.

La retirada de la fotografía de Sergio Parra a Asier Exteandía ha movilizado a todos los columnistas del país intentando defender por una parte el derecho a la expresión artística y por otra el respeto a las sensibilidades de la comunidad cristiana, católica y apostólica.

La polémica no ha hecho sino avivar la crispación existente entre ambas partes y representada, en esta ocasión, en sus iconos más identificativos, arte y libertad, contra respeto y religión. Cada uno de los sectores de la sociedad, izquierda y derecha, progreso y conservadurismo, se han atrincherado en sus elementos más representativos evidenciando, una vez más, su falta de entendimiento y de voluntad por entenderse.

La polémica en realidad no es más que una muestra más del enfrentamiento, de la oposición visceral a cada movimiento del rival encerrada en aquellos elementos que cada una de las partes han monopolizado a capricho como emblema identificativo. Por una parte la izquierda, en la que me incluyo, se arroja los derechos inapelables de la cultura, de la expresión artística y las libertades que conllevan. Por otra, la derecha se autoproclama defensora de la identidad religiosa, del respeto a la sensibilidad, del valor de las tradiciones y de la inalienable comunión entre hombre y fe.

Realmente da igual el epicentro de la polémica. Nadie, ninguna de las dos partes, valora realmente el valor artístico o el significado iconográfico de la obra, lo único que importa es que les sirva como bandera de sus confrontaciones.

Unos sólo ven el atentado contra la libertad de expresión, otros sólo la herida en sus creencias.

Ninguno se centra en la realidad de un momento, en la instantánea que, años después e involuntariamente, refleja la desnudez de una sociedad dolida y los miedos y vergüenzas encerradas tras un crucifijo. Un crucifijo tras el que históricamente se han escondido muchas vergüenzas y que hoy se usa como arma arrojadiza. Una desnudez que no refleja libertad e indefensión, como pudiera querer el artista, sino impudicia y rebelión.

Los que hoy se alarman porque un crucifijo oculte los tabúes de un cuerpo desnudo permiten a diario que tras el mismo emblema se escondan guerras, asesinatos, agresiones sexuales e intolerancia. Los que hoy reivindican la belleza de la desnudez ignoran que tras ella se encierra la ausencia de argumentos con los que vestir sus defensas.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Mi apoyo incondicional a Blas y Enrique

Hay veces que uno piensa que se ha equivocado. Que duda de que los firmes cimientos que piensa que sustentan la democracia vayan a sostener sus dubitativos pasos. Momentos en los que el camino de baldosas amarillas que conducen a la libertad, la igualdad y la lucha por un mundo mejor se encuentra embarrado, salpicado con manchas de traición, rencor, ira y egoismo, y aparcelado en unidades indivisibles sobre las que algunos pretenden edificar su hegemonía, ya sea sobre la espalda de otro, su esfuerzo o su sacrificio.

Es en esos momentos de incomprensión, de angustiosa duda, cuando tu yelmo se resquebraja, tu escudo se vence y tu lanza está a punto de caer al suelo, cuando encuentras, en personas que te acompañan en el camino, la motivación para seguir luchando, para evitar que una vez más ganen "los malos", que la ambición prevalezca sobre la ilusión, y el interés individual sobre el general.

Es en ese momento cuando encuentras personas como Enrique o Blas, tanto monta.

Personas honradas, luchadoras, sacrificadas y ejemplarizantes que han inmolado parte de sus vidas, el resto a partir de ahora, en luchar por sus ideales, en participar por un mundo mejor, en creer que otra realidad es posible y que para este barco que ahora navega a la deriva avance es necesario remar con fuerza, aunque sus manos se encallen.

Son ante todo personas, con el margen de error que ello conlleva, con la capacidad innata de equivocarse que como humanos nos persigue a todos, pero con la humildad y la honradez por bandera. Personas que un día decidieron dedicar sus vidas a los demás, al bello trabajo de creer y crear la democracia, a la abnegada construcción de una ciudad en cuyo futuro creen.

Son personas que ahora se encuentran salpicadas por el estigma de quienes sin escrúpulos consideran que la ambición política está por encima del individuo, como ente social, y sus sentimientos; de quienes devoran la presa con dedos acusadores para satisfacer su apetito antropofágico, de quienes han perdido el respeto al ser humano.

Todos saben que son inocentes. Que su único delito real es defender los derechos de los placentinos, pero siguen tirando de la soga que les ahorca porque en el otro cabo creen que encontrarán el poder que pretenden y que tan sólo sirve a sus intereses particulares.

No quiero héroes inmaculados ni dioses en el olimpo que sean incapaces de comprender mis defectos, quiero personas con capacidad de errar y capacidad de sentir, porque sabrán qué es lo que necesito.

martes, 26 de enero de 2010

En respuesta a las múltiples acusaciones de la sociedad zoológica


Antes de nada me gustaría pedir disculpas a la familia de Manolete, a Bambi y a los afectados por la gripe A y el terremoto de Haití, que serán las próximas desgracias de las que me acuse Antonio Castellanos, quien a falta de doble personalidad se atribuye un total de 70, todas ellas convenientemente afiliadas a la Sociedad Zoo-ilógica placentina.

No puedo sino sentirme culpable, a la vista de sus notas de prensa, no sólo del calentamiento global, sino del fracaso de la aventura espacial y de que Madrid no sea sede olímpica.

Quiero disculparme por destrozar tantas parejas, que jamás consumarán su amor, por no poder disfrutar del melódico canto del ruiseñor común, en sus bucólicos paseos por la isla.

Quiero pedir perdón a los fotógrafos que han tenido que emigrar porque sus objetivos no pueden captar el pomposo baile del mirlo acuático y a ese pobre niño al que han devorado los mosquitos a falta de aves insectívoras en la ribera del Jerte.

Entono un mea culpa por no haber usado adobe en la bioconstrucción de la torre Eiffel placentina y por no usar placas generadoras de electricidad bajo el asfalto del Golden Gate del Jerte.

Quiero excusarme por pensar que ISO 14001 era el robot de la guerra de las galaxias y por no instalar energía solar en los 15.000 semáforos que hemos puesto en funcionamiento durante esta legislatura.

Me siento culpable también por no lavar mi ropa con energías limpias, que lavan más blanco, y por utilizar queroseno en la recién estrenada flota de vehículos municipales, cuando era más fácil, como todo en el ayuntamiento, que funcionaran por enchufe.

Ante tal cúmulo de despropósitos no me queda sino presentar mi valorización y dormir para siempre en la papelera de reciclaje.

Firmado

Damien Thorn

(Protagonista de la profecía)

miércoles, 20 de enero de 2010

Del salón de plenos al pleno de salón


El toreo de salón es aquel que se practica sin toro. En el que el diestro muestra sus mejores lances sin riesgo alguno, ante la única presencia de un carreto, un ayudante o simplemente el aire.

El salón de plenos es la representación máxima de la democracia. Es el lugar en el que la principal institución democrática, el pleno, ya sea municipal, provincial, regional o nacional, se reúne para debatir los puntos de relevante interés para la ciudad y tomar las decisiones oportunas que afectan a sus representados.

Sin embargo parece que algunos se empeñan, en ocasiones, en cambiar el orden de las palabras, y así, el sentido de la institución, y en lugar de acudir al salón de plenos se dedican a realizar plenos de salón, es decir, políticas sin riesgo ni compromiso, de recortes y lujos personales, enfocadas tan solo a agradar al personal.

Para esta falta de respeto democrático basta servirse de un argumento populista y buscar que la opinión pública entre al quite, sin peligro alguno. No se asumen riesgos, ante una afición entregada, que lo único que ve es el lance sin imaginarse al novillero ante un morlaco real.

Esta ha sido la última propuesta de la oposición y la socia de gobierno en el ayuntamiento de Plasencia. Una serie de recortes y pases, adornados con mentiras y tergiversaciones, efectivistas pero sin riesgo, dirigidos tan solo a enardecer el ánimo de sus acólitos, con paseillo final a hombros de la irreverencia y la ausencia de respeto hacia el pueblo al que representan.

El pueblo necesita valientes. Personas dispuestas a enfrentarse a un problema real y que aporten soluciones, y no puristas de salón, con políticas ficticias, que busquen sólo el aplauso del respetable.